- Luis Álvarez
El advenimiento de una nueva Masculinidad
Hace poco hemos asistido en España a una masiva manifestación y huelga en pro de los derechos de la mujer. Ellas vienen desde hace décadas no sólo denunciando las desigualdades y abusos de género, sino también cuestionando los roles tradicionalmente asumidos como femeninos por este paradigma patriarcal aún vigente.
La lucha feminista, que es -por si alguien lo duda- una lucha de igualdad, abrió también la brecha para que muchos hombres comenzaran a cuestionar lo que realmente significa ser “hombre”. Y es que el modelo tradicional masculino de competitividad y poder, desconectados de cualquier manifestación emocional o sentimental, lleva también hace tiempo haciendo aguas.

Si bien es obvio que hombres y mujeres somos biológicamente diferentes, la identidad de género es algo que se construye desde la infancia con lo aceptado y valorado por la sociedad y cultura en la que crecemos. Cualquier persona medianamente lúcida sabe que ambos, hombres y mujeres, tenemos cualidades “masculinas” y “femeninas” en mayor o menor medida. Pero los niños varones aprenden en su círculo cercano que si se muestran “masculinos” serán aceptados y valorados, y que si, por el contrario, dejan entrever otras actitudes más “femeninas”, serán avergonzados o rechazados. “Los hombres no lloran”: valores como fuerza, competitividad, coraje, racionalidad, arrojo, liderazgo… han sido tradicionalmente primados, mientras que otras cualidades como sensibilidad, cooperación, emocionalidad, empatía, compasión, intuición… han sido devaluadas o excluidas. Así como, por ejemplo, un perro no es por naturaleza agresivo, a no ser que se le haya condicionado sistemáticamente con violencia y coacción, los hombres no somos máquinas de destrucción incapaces de sentir compasión o de expresar emociones. Esto cualquier hombre lo sabe en su interior. Otra cosa es que se atreva a romper en su círculo el modelo de macho insensible socialmente aceptado. El resultado de esta polarización es devastador, y no sólo visible en el machismo automático imperante a través de micro actitudes cotidianas o de temas más terribles como la violencia de género. Si consideramos que, según datos de la ONU, todavía actualmente el 85% de los puestos de poder económico y político son ocupados por hombres, los resultados de esas políticas ultra-masculinas de los últimos siglos son tristemente visibles: guerras, genocidios, desigualdades, crisis ecológica… En última instancia esta no es una lucha de género, es una lucha por la salud colectiva de nuestra civilización y de nuestro hábitat. En esta labor conjunta, mientras que el camino de las mujeres es, en general, ascendente, pues implica un reconocimiento social, el de los hombres sin embargo es descendente: implica bajar a las raíces y reconocer todas las emociones reprimidas, todas las heridas y todos los valores “propios de mujeres” que siglos y siglos de condicionamiento patriarcal han negado.
Aquí es importante señalar que no se trata de que el hombre se vuelva femenino y se quede ahí (hombres suaves, amables, solícitos y sensibles pero desconectados de su fuerza y su poder viril). Eso sería polarizarse de nuevo. Más bien estamos hablando de dejar de ser mitades distorsionadas y reintegrar todos esos valores de sensibilidad, compasión, empatía, con una masculinidad sana, para ser seres completos. Para un hombre, hoy en día, hay mucho que desaprender y mucho que sanar, pero al final del camino, tras despejar las nubes, espera el Sol: la presencia consciente necesaria para poder caminar como un igual junto a una mujer despierta y libre. Sólo así, codo a codo, podremos dar a luz a una nueva humanidad, a una sociedad que aúne lo mejor de nuestra doble condición en armonía con el planeta.