- Matthias Weidemann
La independencia de Cataluña... ¿Peligro para Europa?
La crisis en torno a la independencia catalana ha vuelto a salir a escena en este 2017. En el norte de Italia, en el País Vasco, y en muchas otras regiones, se sigue el transcurso de los acontecimientos con atención, como presumiblemente en las filas del movimiento independentista de las Islas Canarias. ¿Deberíamos preocuparnos por la solidez de Europa como unidad?
La medida en la que el conflicto se ha intensificado ya nos deja ver lo que hay más allá del horizonte aparente. En 2014, Escocia votó a favor de permanecer en el Reino Unido y, por lo tanto, en contra de la independencia. A raíz del referéndum del “Brexit” en 2016, la discusión sobre la independencia volvió a cobrar impulso. Sin embargo ¿puede usted recordar que alcaldes de Escocia fueron amenazados con prisión, en caso de permitir el voto? ¿Fue algún líder del Parlamento escocés arrestado?
Al parecer, a día de hoy, en Europa todavía están vigentes estándares muy diferentes en cuanto a la solución de conflictos políticos o regionales; no es de extrañar que, en vista de los hechos, la unión Europea siga todavía siendo en muchos aspectos una comunidad de 28 estados nacionales—o incluso quizás dentro de poco 29, ya que los catalanes no quieren arriesgarse a la salida de la UE.

¿Qué está pasando?
Después de años de lucha para fortalecer los derechos autónomos de la región de Cataluña, a principios del verano de 2006 se acordó minuciosamente una nueva regulación del Estatuto de Autonomía de 1978, el cual había sido creado aún bajo las secuelas de la era franquista.
El llamado “Estatuto de Miravet” había sido aprobado por el Parlamento catalán un año antes, y fue firmado por el Rey Juan Carlos I en mayo de 2006, luego de su ratificación por el Parlamento de Madrid. Con una clara mayoría, la población catalana lo refrendó en un referéndum. Hubo un gran suspiro de alivio en ambos lados ya que, al fin, y según la opinión general, un conflicto de décadas se había resuelto de manera pacífica.
Sin embargo, en el mismo verano del 2006, el Partido Popular (PP) presentó un recurso de inconstitucionalidad ante el tribunal supremo. En 2010, después de más de cuatro años de proceso, el tribunal declaró inconstitucional el nuevo estatuto de autonomía, basándose en que varios de sus artículos contradecían la constitución española en su totalidad o en parte. La ola de indignación en Cataluña fue entonces enorme, y la idea de una independencia del Reino español recobró fuerza de manera repentina.
¿Qué quieren los catalanes?
Cataluña se considera a sí misma como una nación propia. Sin embargo, esto no se refiere a un concepto étnico de nación, como en las guerras yugoslavas en la década de 1990, donde todo aquel que no pertenecía a determinado grupo era cazado o asesinado. Cataluña se considera más bien como una nación cultural, cuyos habitantes sienten hacia ésta un sentimiento de pertenencia a través de una tradición, un idioma, una cultura y unos valores en común.
Además está la cuestión económica, ya que Cataluña, siendo una de las regiones más productivas de España, se considera en desventaja financiera al pagar cada año a Madrid hasta el ocho por ciento de su producto interior bruto. Este elevado valor, en estos tiempos económicamente turbulentos, años posteriores a la crisis financiera y económica, hace que el debate sobre la independencia se torne aún más dinámico.

Cabezas duras en ambos lados
Es pertinente recordar que al pueblo se le otorga una constitución como soberana, pero una constitución no cae del cielo, ni tampoco está tallada en piedra. Dependiendo del clima general, puede haber muchos buenos motivos para no cambiar una constitución, o también para levantar obstáculos ante tales cambios. Sin embargo, la letánica referencia del gobierno español a la Carta Magna sólo parece echar más gasolina al fuego de la independencia catalana, con el peligroso potencial y la dinámica inimaginable que ésta desarrollaría. Además, hay que decir que casi no hubo esfuerzos serios para salvar el estatuto de 2006 y alinearlo con la Constitución.
En los últimos años, el gobierno español ha dado cada vez más la espalda a una posible declaración de independencia por medio del derecho penal. Pero lo cierto es que en una democracia moderna no es competencia de los fiscales resolver los conflictos políticos.
Si no se hubiera sobrecargado en los últimos años con cuestiones de identidad cultural y tradición, con aspectos económicos como los pagos transferidos, y con la agresiva retórica de ambas partes, quizás no habría necesariamente una mayoría de votantes a favor de la independencia en la población catalana. La negación al diálogo y a la búsqueda de compromisos por parte de la política española no hace más que seguir el juego al movimiento independentista.
Peligro y oportunidad para Europa
Es hora de dialogar de nuevo. No sólo sobre el futuro de Cataluña en España, sino también sobre la significación de las regiones europeas en general—Escocia, Tirol del Sur, el País Vasco—una secesión de Cataluña puede ser una señal peligrosa que confronte a la UE con desafíos imprevistos. La respuesta, por tanto, sólo puede ser el fortalecimiento de las estructuras regionales, la mayor autoadministración y la cogestión de las regiones. La concesión de amplios derechos autónomos, donde fuera legitimada por una gran parte de la población en elecciones democráticas, también sería sensata.
Bruselas debería tomarse más en serio estos problemas y poner fin a su inactividad, ahora que la UE todavía goza de un alto respeto y un alto nivel de aprobación en las regiones afectadas. Si los conflictos regionales en la UE se pudiesen desactivar, Europa solo podría ganar. Pues, con indiferencia de si alguien se siente catalán, canario, palmero o español, en primera instancia somos todos ciudadanos europeos. Y esto no deberíamos dejarlo de lado tan a la ligera.
Matthias Weidemann
(Nacido en 1977) es politólogo y empresario,
y ha vivido en la isla de La Palma durante 8 años.